Historia General del Pueblo Dominicana Tomo IV

Los renglones campesinos y semicapitalistas (c1870-1930) 44 HQ XQD SURGXFWLYLGDG H[WUHPDGDPHQWH EDMD \ HQ XQRV IUXWRV GH FDOLGDG PiV TXH FXHVWLRQDEOH (O UHVXOWDGR ÀQDO HUD TXH WDQWR SURGXFWRUHV FRPR FRPHU - ciantes recibían precios raquíticos. 55 En síntesis, durante las primeras décadas del siglo XX los grupos mercan- tiles mantuvieron —e incluso aumentaron— su dominio sobre la producción campesina. Esto fue posible gracias al papel estratégico que ocupaban los co- merciantes en la sociedad dominicana. Primero, actuaban como intermedia- rios entre la República Dominicana y los mercados internacionales; además, FRPR SUHVWDPLVWDV ÀQDQFLDEDQ OD SURGXFFLyQ DJUtFROD 3DUD HOOR GHSHQGtDQ de una amplia y compleja red de intermediarios locales que tenían vínculos profundos con los habitantes del campo y con los productores rurales. En muchos sentidos, el capital comercial contribuyó a fortalecer la economía campesina ya que las ganancias de los mercantes se originaban en el control de las cosechas y no necesariamente en su participación directa en el proceso SURGXFWLYR $Vt TXH D PHGLGD TXH VH IRUWDOHFLHURQ ORV QH[RV HQWUH OD HFRQRPtD dominicana y el mercado internacional, la relación entre comerciantes y cam- pesinos se tornó más estrecha. Ese fortalecimiento, por otro lado, generó si- WXDFLRQHV QXHYDV \ SRU VXSXHVWR DYLYy GHWHUPLQDGRV FRQÁLFWRV (QWUH RWUDV cosas, los comerciantes intentaron modelar la producción campesina debido a la necesidad de adecuar los frutos agrícolas a los requerimientos de los países compradores. Amparados en una «ideología del progreso» que comenzó a HYLGHQFLDUVH D ÀQHV GHO VLJOR XIX , los comerciantes y las autoridades guberna- mentales trataron de que los campesinos adoptaran técnicas productivas que UHVSRQGLHUDQ D ODV H[LJHQFLDV GH ORV PHUFDGRV H[WHUQRV 1R REVWDQWH IDFWRUHV GLYHUVRV PLOLWDURQ FRQWUD HO p[LWR GH WDOHV SUR\HFWRV (QWUH RWUDV FRVDV PXFKRV DJULFXOWRUHV IXHURQ UHDFLRV D VXVWLWXLU R D PRGLÀFDU WpFQLFDV \ SUiFWLFDV TXH por décadas, habían sostenido la economía campesina. Amén de esto, algunas de esas prácticas —concebidas por las élites como arcaicas, torpes, rústicas y groseras— se ajustaban a los recursos, las necesidades y las posibilidades de ORV SURGXFWRUHV UXUDOHV 0RGLÀFDUODV SRGtD TXHEUDU HVH IUiJLO HTXLOLEULR HQWUH la supervivencia —prioridad del grueso del campesinado— y el imperativo de obtener un ingreso monetario. Tal era el caso, por ejemplo, del requeri- miento de que los campesinos cultivaran sus siembras manteniendo determi- nada distancia entre una planta y la otra. Esto resultaba muy difícil —si no imposible— de aceptar por los campesinos que tenían propiedades pequeñas, quienes cifraban su subsistencia en el uso más intensivo posible de la escasa tierra que poseían. Irónicamente, el impulso modernizador de las élites sufrió un golpe severo durante los años treinta del siglo XX como resultado de la *UDQ 'HSUHVLyQ TXH SURYRFy HO GHVFHQVR GHO FRPHUFLR H[WHULRU GRPLQLFDQR

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