Historia General del Pueblo Dominicana Tomo IV
Los renglones campesinos y semicapitalistas (c1870-1930) 28 algunas aves de corral, quizás algún cerdo y probablemente hasta una chiva. De estos animales podían obtener huevos, carne y leche; de ser necesario, estos productos o sus crías podían ser vendidos en los mercados locales, lo que generaba pequeños ingresos monetarios. La ganadería propiamente era practicada por los hateros, que eran criadores que poseían un mayor número de cabezas de ganado, las que solían dedicar a la producción de carne para HO PHUFDGR LQWHUQR UD]yQ SRU OD FXDO OD H[SRUWDFLyQ GH UHVHV \ GH VXV GHULYD - dos era muy reducida. 14 Con todo, la crianza de ganado poseía un prestigio especial entre los habitantes del campo: cualquier persona que tuviera unas pocas decenas de reses era reputado como un «hatero» e incluso como un potentado. En el siglo XIX , antes del boom azucarero, la ganadería hatera pro- liferaba sobre todo en los grandes llanos del Este. No obstante, debido al auge D]XFDUHUR OD JDQDGHUtD WUDGLFLRQDO VH FRQWUDMR GH PDQHUD VLJQLÀFDWLYD VL ELHQ no desapareció del todo. En muchas zonas del país, se seguía practicando la «crianza libre» a prin- cipios del siglo XX . Ello implicaba que las reses y los cerdos vagaban libremente SRU ORV PRQWHV \ ORV SDVWL]DOHV OR TXH SURYRFDED QXPHURVDV GLÀFXOWDGHV \D que las bestias se introducían en los campos agrícolas, causando destrozos en ODV iUHDV FXOWLYDGDV 3RU WDO UD]yQ GHVGH ÀQHV GH OD FHQWXULD DQWHULRU VH YHQtD UHFODPDQGR TXH ORV FULDGRUHV SXVLHUDQ FRWR D VXV DQLPDOHV 7DOHV H[LJHQFLDV eran más enérgicas en aquellas zonas de la República Dominicana donde la agricultura se encontraba más desarrollada. Los ayuntamientos, los gobiernos provinciales y el Gobierno nacional emitieron una gran cantidad de decretos, ordenanzas y leyes regulando y hasta prohibiendo la «crianza libre», si bien la mayoría de tales disposiciones fueron letra muerta. Así que la «crianza libre» desapareció paulatinamente, no solo como resultado de la presión ejercida con- tra los criadores sino, además, como efecto del avance de la agricultura y, en consecuencia, de la relativa disminución de tierras disponibles para la cría de DQLPDOHV +DFLD ÀQHV GH OD FHQWXULD GHFLPRQyQLFD FRPHQ]DURQ D HVWDEOHFHUVH FRUUDOHV GHGLFDGRV D OD FULDQ]D GHQRPLQDGRV ³TXL]iV SRU LQÁXHQFLD FXEDQD³ «potreros». En algunos de esos potreros incluso se sustituyeron los pastos natu- UDOHV SRU \HUEDV ©H[yWLFDVª VREUH WRGR SRU OD GHQRPLQDGD ©\HUED 3iH]ª 15 En las primeras décadas del siglo XX había varios potreros que contaban con 500-600 UHVHV YDULDV GH HVDV H[SORWDFLRQHV JDQDGHUDV VH GHGLFDEDQ D OD SURGXFFLyQ GH leche. Por otro lado, las plantaciones cañeras que surgieron entonces contaban con animales de trabajo, cuyo número podía alcanzar —en el caso de los ma- yores consorcios azucareros—miles de cabezas de ganado. 16 Pese a todo, hasta entrado el siglo XX la crianza continuó aferrada a sus formas tradicionales, por OR TXH ODV H[SORWDFLRQHV JDQDGHUDV PRGHUQDV VLJXLHURQ VLHQGR H[FHSFLRQDOHV 17
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